A 32 años exactos: Detalles inéditos del asesinato del líder sindical
Tucapel Jiménez. Familia acusa a Jovino Novoa de cómplice pasivo
Por MARIO LÓPEZ M.
Eran años difíciles los 80 en Chile, los primeros atisbos de resistencia
pacífica organizada se empezaban a producir y los trabajadores encontraron en
Tucapel Jiménez, presidente de la ANEF (Asociación Nacional de Empleados
Fiscales), un líder que era capaz de materializar la necesaria unión sindical
que comandara la oposición social y política contra la dictadura. Los
trabajadores intentaban articular una central única que llevara adelante un paro
nacional.
El miedo al "Lech Walesa" chileno
Pocos días antes de su asesinato, ante la alternativa de un paro comandado
por
Tucapel Jiménez en coordinación con la Federación Estadounidense del Trabajo
y Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO, por su sigla en inglés),
organización norteamericana que apoyaba un boicot internacional que implicaba no
descargar barcos chilenos en puertos extranjeros, Pinochet afirmó que no
aceptaría que nadie viniera a "sembrar cizaña" y que el líder sindical tenía
"abiertas las puertas del exilio". Así se registra en los archivos a cargo del
juez Sergio Muñoz, el mismo que hoy es el presidente de la Corte Suprema de
Chile.
Jorge Mario Saavedra, abogado de emblemáticos casos de derechos humanos y
amigo del asesinado sindicalista, asegura que "todos sabíamos que a Pinochet lo
tenía loco Lech Walesa, que en esa época estaba desestabilizando al régimen
socialista en Polonia. Le parecía aterrador que sucediera algo parecido en Chile
y por ahí veía en Tucapel un Walesa. Por eso le tenía tanta fobia".
Pero los planes de Jiménez iban más allá de la sola organización de los
trabajadores, pues eran conocidos sus nexos con otros sectores sociales que
también comenzaban a expresar su descontento con la dictadura. Estudiantes,
profesionales y los mismos políticos lo veían como un referente y punto de
encuentro. Sus reuniones con el general Gustavo Leigh Guzmán, ex miembro de la
junta de Gobierno, eran también conocidas.
"Los nexos personales que el dirigente de la ANEF tenía con el general (r)
Leigh, quien era reconocido por sectores de la oposición como una persona de
alta sensibilidad social y quien desde el interior de la junta de Gobierno
siempre abogó por el establecimiento de un itinerario político que permitiera el
retorno a la normalidad institucional del país", señala la pericia sociopolítica
anexa a la causa, como uno de los antecedentes.
El otro factor detonante dice "relación con las actividades
político-sindicales que
Tucapel Jiménez venía desarrollando y que eran de
interés y preocupación de la Central Nacional de Informaciones (CNI). Estas
actividades comienzan a mostrar sus frutos al observarse que los llamados a la
unidad del movimiento sindical realizadas por este dirigente comienzan a recibir
la adhesión de la Unión Democrática de Trabajadores, la Confederación de
Trabajadores Particulares de Chile, el Frente Unitario de Trabajadores, la
Confederación Nacional de Taxistas de Chile, la Confederación de Trabajadores
del Cobre, los camioneros y colegios profesionales, lo cual constituiría un
posible frente de presión para el gobierno, al exigir reivindicaciones laborales
y la apertura política del régimen", agrega la pericia.
Ello aumentó ante la dictadura de Pinochet el temor de una resistencia de
proporciones y aceleró la decisión de eliminarlo.
La conjura criminal
De acuerdo con la investigación judicial, en el "
caso Tucapel" se
relacionaron la Dirección de Organizaciones Civiles, que dependía del ministerio
Secretaría General de Gobierno, a través de la Secretaría Nacional de los
Gremios (SNG) presidida por Misael Galleguillos -el mismo que dirigió el
derechista Movimiento Revolucionario Nacional Sindicalista (MRNS)-; la CNI, que
dirigía el general Humberto Gordon (1980-1986), y el DINE, cuyo director era el
general Ramsés Arturo Álvarez Scoglia.
Relata el abogado Saavedra: "Una brigada laboral que trabajaba con la SNG
empezó a trabajar y a obtener información de Jiménez. Entre esta secretaría y la
CNI hicieron del sindicalista una figura pública digna de sufrir represalias de
parte del gobierno militar. Lo seguían, le grabaron la vida entera. La CNI
contrató a su junior y le pagó para que le informara de todos sus pasos. Era el
hijo de una amiga de la esposa de Tucapel, que estaba cesante y a quien él le
había dado trabajo para ayudarlo".
Sicarios y cobardes
Cerca de las nueve de la mañana, Tucapel Jiménez Alfaro se despidió con un
"hasta la hora del almuerzo", y se dirigió tranquilamente hasta el lugar donde
estacionaba su taxi. Hacía ya un tiempo que se dedicaba a esa labor con el móvil
que había comprado con la indemnización de su despido. Algunos vecinos, entre
ellos el suplementero del sector Pedro López, recuerdan que ese día 25 de
febrero de 1982 se le veía jovial y les saludo dando un bocinazo mientras
enfilaba hacia el centro. A las 10 tenía una reunión sindical muy
importante.
Cerca de ese lugar y advertidos por radio transmisor que el objetivo estaba
en camino, dos hombres acechaban desde un furgón y le siguieron a cierta
distancia. El capitán del Ejército Carlos Herrera y un suboficial esperaban
frente a la ex Industria Panal, en Panamericana Norte con Enrique Soro. Desde el
vehículo del comando se les advirtió que Jiménez se acercaba.
Simulando ser pasajeros, lo hicieron parar y se subieron. Le pidieron
dirigirse al camino Renca-Lampa. El propio capitán lo relató al ministro en
visita Sergio Muñoz: "Estaba previsto que me sentara inmediatamente detrás de
él. Mi subalterno en el asiento del copiloto. Le pedimos que nos llevara y le
dijimos que éramos personas que veníamos de Valparaíso y que nos llevara a las
parrilladas Pudahuel, porque seguramente ahí teníamos la posibilidad de ser
contratados como cocineros o mozos, a lo que accedió, saliendo a la Alameda
Bernardo O'Higgins".
Al poco rato interrumpieron la banal conversación y asumieron aquello a lo
que se habían confabulado: "Le dije, mire don Tucapel Jiménez, somos policías,
somos de seguridad y usted está detenido, (...) yo iba preparado para una suerte
de resistencia, para un escándalo, y grande fue mi sorpresa. Esta es la primera
vez que me ocurre a mí, que este señor hizo la cosa mucho más fácil.
Lamentablemente para él, por supuesto".
"Miró para atrás y me dijo: Ya, pucha, mira ya. Le dije: Tranquilo don
Tucapel, por favor no intente nada. Me dijo: No, no se preocupe, no hay
problema, dígame no más. Le dije: Siga el camino. Más adelante va a haber una
persona que le va a indicar que se detenga", detalla Herrera.
La suerte ya estaba echada y más fácil de lo que los asesinos habían
presupuestado: "Nos dirigimos al lugar de los hechos que, como he señalado, se
encontraba plenamente determinado, en el camino Renca-Lampa, en donde esperaba
el otro automóvil en el costado poniente en dirección contraria, hacia el sur.
Estacionó el vehículo don Tucapel Jiménez, en el costado oriente del camino, en
dirección al norte. Acto seguido-señala Herrera-, se bajó el funcionario
acompañante, abriendo el portamaletas para simular que buscaba algo".
"Yo saco el cabezal del asiento del chofer. Desde un bolso tipo porta equipo,
de color claro, en que tenía además de las armas de cargo propias y de los dos
suboficiales, extraje el revólver que se me había entregado y le disparé en la
cabeza al señor Tucapel Jiménez, quien cayó hacia el lado derecho suyo, sobre el
asiento del copiloto. La verdad que este señor, yo no soy médico, pero entendí
que no falleció de inmediato (...) No sé si los sonidos que hacía eran porque
estaba muriendo o en agonía", agrega.
Y remata el relato Herrera: "Cuando se encontraba en esta posición, el
suboficial conductor procedió a efectuarle los cortes en el cuello, según estaba
señalado en la planificación de los hechos". (...) "Esperé hasta que este señor
falleciera, en el asiento de atrás. Sacamos con bastante dificultad el taxímetro
y documentación personal. Cuando me cercioré que estaba muerto atravesamos al
otro auto, al Peugeot 404, nos metimos atrás, nos tapamos con una frazada y
salimos del lugar".
Tucapel Jiménez nunca llegó a la cita sindical. Tampoco volvió a almorzar a
su casa. Cerca del mediodía, sus colaboradores y familiares aún intentaban,
infructuosamente, ubicarlo. Comenzaba a creerse que un atentado en su contra
podría haberse concretado. Ya estaba muerto: fue asesinado entre las 10:30 y 11
horas de ese día. Al caer la tarde, lugareños denunciaron que al interior de un
automóvil estacionado a la orilla de un polvoriento camino vecinal de la comuna
de Lampa había una persona muerta.
La policía confirmó que se trataba de
Tucapel Jiménez. Su cuerpo presentaba
cinco impactos de bala de bajo calibre, por la espalda, además de tres heridas
cortopunzantes inferidas con un cuchillo utilizado para "rematarlo".
Miles de
chilenos desfilaron frente al féretro y lo acompañaron hacia su lugar de
descanso definitivo. El entonces Cardenal Raúl Silva Henríquez ofició la misa de
responso: "Es un mártir del sindicalismo chileno", señaló con la voz
entrecortada.
Pinochet
El Gobierno intentó desmarcarse a toda costa del hecho. Pinochet expresó ante
la prensa que "repudiaba enérgicamente" el crimen. En la causa declaró por
oficio reservado: "La pregunta (sobre la participación del gobierno en el
crimen), claro, se formula desde la óptica de esos impugnadores que descuentan
que mi Gobierno carecía de escrúpulos éticos hasta el punto de no vacilar en
suprimir físicamente a sus adversarios. Punto de vista que no es objetivo y que
rechazo categóricamente. De modo hipotético lo planteo, para hacer más patente
el absurdo notorio de la acusación".
Y continuó: "Si algún funcionario de mi Gobierno -descartando la conjetura de
una venganza personal- hubiera intervenido en el asesinato de Tucapel Jiménez, o
era un traidor infiltrado o era simplemente un cabeza caliente sin remedio. Esas
son las elementales reflexiones que deseaba asentar sobre este desgraciado
hecho. Apenas tuve conocimiento del crimen di las más severas instrucciones para
que se profundizara acuciosamente la investigación.".
Los hechos, la sentencia y los propios involucrados se encargaron de
desmentir al dictador. Era un secreto a voces la relación de los servicios de
seguridad con el caso. El mismo Herrera se vanagloriaba frente a quien quisiera
escucharlo del acto heroico de servicio a la patria que había efectuado. Incluso
había sido felicitado por sus jefes y recibido los méritos en su hoja de vida
militar por el hecho.
Es más, varios agentes que terminaron siendo declarados culpables dirigieron
la responsabilidad sobre el mismo Pinochet. Sobre la participación o
conocimiento del crimen por parte del comandante en jefe del Ejército, Herrera
relató el siguiente diálogo con el coronel Raúl Pinto Pérez: "Esto sólo lo sabe
mi general Álvarez (Ramsés Álvarez, jefe de la DINE), usted, yo, y él...",
señaló al tiempo que levantó los ojos y dirigió la mirada hacia el retrato que
dominaba el muro. Casi simultáneamente levantó la mano y con un gesto enérgico
de su dedo índice le señaló el rostro enmarcado del capitán general Augusto
Pinochet.
Caso Alegría Mundaca
Era necesario buscar un chivo expiatorio para el crimen y lo encontraron en
un humilde carpintero de la V región que reunía los requisitos para que pasara
inadvertida su muerte, vivía solo y frecuentemente bebía alcohol. Lo demás era
obvio. Junto a su cadáver apareció una carta donde "reconocía" el crimen de
Tucapel Jiménez. "Se suicidó el asesino", aseguraron los periódicos de la época.
Tenía ambas muñecas con profundos cortes que cercenaron no sólo su vida, sino
que además sus tendones.
Fue ese hecho el que dejó en evidencia la imposibilidad de que se hubiera
matado: no podría él mismo haberse producido esas heridas. Alegría Mundaca fue
encontrado muerto en su domicilio de Valparaíso el 11 julio de 1983. Las
investigaciones del caso del sindicalista determinaron que el carpintero había
redactado la nota inducido bajo hipnosis.
El 19 de julio del 2000 la Corte de Apelaciones de Santiago condenó a
cadena perpetua como autores del homicidio calificado de Juan Alegría Mundaca al
ex director operativo de la CNI, mayor (r) Álvaro Corbalán; al mayor (r) Carlos
Herrera Jiménez, y al suboficial Armando Cabrera Aguilar.
Sin odio ni rencor
"Recibimos amenazas constantes, más o menos desde el 78 al 82. Pero a fines
de 1981 él me entregó un casete y me dijo que lo escucháramos cuando ya no
estuviera con nosotros. Nunca pensé que era una despedida. Allí nos habla a
todos, como grupo familiar, y luego a cada uno de nosotros. Nos pide que
tengamos tranquilidad, dice que él nos va a estar cuidando desde el más allá. Al
final, se despide de los trabajadores y de su querida ANEF. Aunque no lo
exteriorizaba, estaba más consciente que nadie del peligro".
En diálogo con Cambio21, Tucapel Jiménez Fuentes, hijo del desaparecido líder
sindical y actual parlamentario, aseguró que su familia se ha "reconciliado con
la vida" a pesar de que el dolor que ha significado el crimen de su padre aún
sigue vigente.
El congresista aún recuerda que durante 17 años la "justicia se olvidó de
nosotros, porque el ministro Valenzuela Patiño nunca quiso investigar, sino que
se hizo cómplice del asesinato, aparte porque tenía un hijo en la CNI. Nosotros
como familia lo que en definitiva logramos fue la tranquilidad espiritual. No
hay rencor ni odio alguno. Hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance para que
se supiera la verdad y se hiciera justicia. Los asesinos nos causaron un dolor
muy grande que hasta el día de hoy permanece en nuestros corazones. Tienen que
cumplir las condenas que les dio la justicia, que fueron bajas. Y, claro, al
final del día ellos tendrán que responder ante Dios por los actos cometidos acá
en la tierra".
Los "cómplices pasivos"
Para el diputado Jiménez, "los responsables nunca tuvieron ni siquiera el
castigo social que cualquier sociedad pudiese dar. Hoy día hay muchas personas
que caminan libremente por las calles y que tuvieron responsabilidad política en
el asesinato de mi padre. Lamentablemente, acá no se dio como en Argentina,
donde al menos hubo castigo social."
Y no duda en señalar a algunos de esos "cómplices pasivos" en el crimen de su
padre: "Jovino Novoa (UDI) fue subsecretario general de Gobierno y de él
dependía la Brigada Laboral que dirigía Valericio Orrego, que trabajaba con
Álvaro Corbalán, el jefe operativo de la CNI. Ambos eran los encargados del
seguimiento de mi padre. Hay muchos que miraron para el cielo y se hicieron los
desentendidos de lo que pasaba. Creo que esos personajes no han pagado nada del
daño que también hicieron".
"El brazo armado de la derecha económica"
Carlos Herrera Jiménez, ejecutor de Tucapel
Jiménez, es reconocido como uno de los máximos violadores de derechos humanos.
También lo es por ser uno de los pocos ex agentes que ha expresado su
arrepentimiento y colaborado, al menos en parte, con el esclarecimiento de éste
hecho. Actualmente cumple condena en la cárcel Punta Peuco.
El 25 de abril de 2001, reconoció públicamente el crimen y pidió perdón a
su familia, representada por el hijo, el diputado PPD Tucapel Jiménez
Fuentes.
El ex agente de la CNI, también en entrevista exclusiva con Cambio21,
reiteró sus disculpas por el asesinato del sindicalista y admitió los crímenes
que se cometieron durante la dictadura. Igualmente, declaró que "ciertamente
fuimos el brazo armado de la derecha económica. Qué duda cabe".
Conmemoración de los 32 años del asesinato
Al cumplirse 32 años del asesinato, la ANEF
quiso marcar una diferencia. La conmemoración en el Cementerio General fue
masiva y a ella fueron invitados el ministro y subsecretario del Trabajo
designados por la presidenta Bachelet.
Internacionalmente hubo
reconocimientos importantes, como en la embajada de Chile en Argentina, donde se
hizo entrega de un retrato del líder sindical y representó a la ANEF en el
discurso principal la secretaria de Finanzas de esa agrupación, Elsa Páez,
presidenta subrogante de los empleados fiscales.